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°°°°...La Pecera...°°°°

  • EsteHijodePuta
  • 7 abr 2015
  • 5 Min. de lectura

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“Sale el sol pero no sale para los desplazados, ni en una prisión ni en un comedor de barrio…”

Todo se sentía, despiadado, confuso en la pecera. A decir verdad desconfiaba de aquellos rostros sonrientes que no confrontan entre sí. Desconfiaba de todo aquel que no vaya al choque, pero debía amoldar sus impulsos para poder vivir en armonía (¿ignorancia=paz?), ya dentro de esos parámetros si se sentía adecuado (a..algo?)

Poco comprendía de la realidad y la realidad era que el sistema, todo era una mierda, o quizás, todos sus “todo” en sistema no funcionaban. Tampoco era cuestión de creer que todos iban a contramano y el por el carril correcto. Desigualdad hubo y habrá, y eso genera lo que genera, y sabemos. Y la desigualdad fue y será también es sabido, herramienta del gobierno. Hoy en día se camufla la clase baja para que en su ignorancia crea que no está tan ajeno a la clase dominante (Bien digo: DOMINANTE. ya que domina desde el dinero= poder soborno, complot, encubrimiento y demás demáces y etcéteras )

Ya no quería apreciar el mundo en parámetros marxistas. Le bastaba con los mismos ajetreos de la vida diaria en torno a la guita, como para que encima quisieran venir a charlatanearlo. Cuando quería ir al cine municipal con Rebecca o a cenar con Cecilia, o asistir a cualquier concierto o evento artístico precariamente, o sencillamente, no pudiendo ir, entendía claramente el atemporal problema Marxista. Ahora ahí; en La Pecera se sentía más que nunca proletario, y hasta ese impulso lo hizo sentirse ridículo. ¿Qué tendría que decir entonces si fuera un peón de obra esperando media hora un colectivo, temprano a la madrugada, viajar peor que ganado para llegar y emprender casi en ayunas sus labores de losas y andamios precarios? Y sin embargo en aquella jaula de vidrio se sentía cual simio de espectáculo circense preparando platos vistosos para gente “Bien”. Su alma de repente sintió un extraño desvanecimiento, algo cercano al dolor que daba paso a nuevos interrogantes; ¿de verdad sentía algún resentimiento con aquellos seres superficiales que desplegaban por el salón sus risotadas de indiferencia? ¿Debíanle aquellos viejos cuelludos de ojos claros algo a él acaso?, ¿ o sus mujeres collarudas y maquilladas que devoraban postres acaramelados con devoción chocolatosa?, ¿o su ejército de jovencitas hijas desperdigando su Garbo?, paseándose a los gritos sus perfumes endulzantes, embriagantes de empalagosos desde lejos, todos entremezclados, igual que sus sonrisas de ortodoncia, igual que sus pómulos, todos muy pulcros, todo muy rosado, todo muy “in”, todo muy “chic” y del otro lado, desde la precaria estructura vidriosa, pero más profundamente en su alma, ahí estaba; despreciándolos y amándolos a su manera. Todos los seres son interesantes se decía pero a decir verdad amaba a las chetas con toda su alma. Con sus atuendos semi desnudas, con sus lacias cabelleras y lunares estratégicos, con sus sonrisas de braquets y sus cuellos pulcros, sus uñas pulcras, sus pies intactos, las suavidad de sus manos torpes para el trabajo, sus bronceados trigueños de las últimas vacaciones, sus jodidas melenas rubias. Y sobre todo su liviandad para con la vida. De alguna manera su ser anhelaba la aceptación de aquellos seres, y ni siquiera eso… deseaba el regocijo de aquellos sexos caprichosos, aquellas caricias falsas, aquellos sentimientos fingidos o sobre actuados de gentes con una concepción acotada de la vida, que ignora por completo lo que son las cosas que cuestan.

Quería ser un Babasónico pero su yo verdadero, su YO con mayúsculas era un Loquero. Y ya ni le interesaba que lo llamaran “adecuado”, ni superficial ni frívolo… porque en realidad él sabía que no era nada de eso, aunque le encantaría serlo. Y sabía que jamás juzgaría a nadie de adecuado o de frívolo, aunque sí de superfluos. Ansiaba Aquellas miserias que creyera un atributo en los demás, pero solo porque no las poseía y su manía inconformista y quejosa lo llevaba a desear el cambio como método de vida, como medio para la libertad. Entonces cuando las cosas no cambiaban, y notaba que todo seguía igual, se enfada con el mundo todo y anhela todo aquello que no es. Se lamentaba algunas veces de “pertenecer a otro terreno”, el terreno del pensamiento, en el cual una vez que entrás ya no hay salida. A veces hubiera querido ser un ignorante, vivir acorde al modelo sin hacerse cuestionamientos, disfrutando los “privilegios” de la desigualdad y el conformismo, pero naturalmente no era lo suyo, porque inmediatamente se estaba replanteando sobre lo trivial de la propia existencia.

Yacía ya su manía creadora, su motor impulsor, deseaba ser un difunto Cortázar y en realidad estaba Miller siempre atrás de su oído izquierdo susurrándole insolentes frases. Antes y no por una absurda devoción de hablar en tiempo pretérito, tenía algunos pudores, o miedos agazapados, buscaba la compañía como medio de subsistencia. Ahora busca la soledad y lo seduce el riesgo de la noche, las calles desiertas y obscuras de noches estrelladas, la posibilidad de chocarse de frente contra el peligro que está constante.

Amaba las chetas. ¡Y de qué manera! Siempre se lo decían. También amaba a chicas que eran como él, pero de otra manera, de la forma en que se admiran seres que leen las mismas poesías o escuchan los mismos discos, un amor respetuoso y fraternal.

Ella era distinta, no era cheta, Nunca supo su nombre ni tuvo ocasión de preguntárselo. Algo en su mirada lo endulzaba. Tenía además una bella, aunque desprolija sonrisa. Su rostro en si era armonioso, su nariz era muy pronunciada y desentonaba con su cara angulosa, imperfecta, como casi todas las narices de todas las personas de mi ciudad. No era una cheta, era sencilla, piba de barrio, modesta moza, trabajadora. Ni siquiera era tan sensual, algo en la levedad con la que hablaba, algo en sus dientes muy blancos, o en el piercing de su labio, o en sus pestañas tan largas le hacía observarla cada vez que le era posible, eso lo avergonzaba ya que lo volvía grotesco su nula capacidad de disimulo ante aquella situación. (¿Impulso? ¿Deseo?)

Podía sentir su perfume desde el pasaplatos, pero no entremezclado, no empalagándole las fosas nasales. Ella era común, no era de acá: rejilla, quesadilla, lluvia, yo, yuyo. No era de acá, Ni era cheta, ni rubia, ni su ropa era extravagante, y sin embargo… le hubiese gustado arrancarle la cruz que le colgaba en el cuello, y arrancarle también esa ridícula blusa y morderle sus diminutos pezones. Y también quisiera como ahora corta hortalizas, desgarrarle con un cuchillo la ropa en girones de harapos con las que la ataría. Pero no la amordazaría, su sonrisa era encantadora, además, no podía conformarse con gemidos roncos y perezosos. A ella quería oírla gritar. Quería hacerle retorcer los dedos de los pies. Si le iba a dar, le iba con toda la fuerza del proletariado detrás. Le iba a dar contra las paredes, hasta reventar la pecera.


 
 
 

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